Por: Carolina Acevedo

Edgardo Hartley ensaya junto a Natalia Makarova, 1986.

Hoy, este bailarín de gran trayectoria se encuentra ejerciendo como director de la carrera de Danza y coreografía en la Uniacc, escuela que ha formado a su pinta. Desde su silla de gran jefe de la reciente escuela, nos cuenta cómo ha sido su carrera y las razones de su decisión de establecerse como docente.Se podría pensar que al haber estado toda su vida vinculado a la danza, por haber nacido de una madre bailarina dueña de una compañía de ballet, que Edgardo Hartley se apasionó por este arte desde de muy pequeño, sin embargo, revela que nunca le interesó más allá lo que hacía su madre.

“En las clases de danza de mi madre yo pasaba con la bicicleta entremedio de la sala, botando bailarines, bailarinas. Yo era un muchacho, un cabro como cualquier otro con sus maldades, con sus irresponsabilidades, no me interesaba para nada lo que hacía mi madre ni lo que veía en la sala. Para mí era como cualquier cosa, era una cosa que no me llamaba la atención”, cuenta.

Fue a los 15 años, una edad muy mayor para los comienzos de un bailarín, que Edgardo supo que la danza era lo suyo, que era lo que quería toda su vida.

“A esa edad, vi una función, que fue del Ballet Nacional Chileno en Lima, Perú. Yo estaba con mi madre allá y miembros de la colonia residente nos invitaron a ver al ballet. Ahí, por primera vez, vi todos esos bailarines y bailarinas que yo veía tomando clases, tomados de la barra haciendo ejercicios y bailando, los vi en el escenario con vestuario, con maquillaje, con iluminación, con decorado, con utilería, con orquesta. Y pude ver el producto final, el producto manufacturado y eso me fascinó”, dice con los ojos brillosos.

El amor que Edgardo Hartley tiene por la danza se ve a kilómetros, ha desarrollado una larga carrera en este arte, pero su primer empujón en la danza lo recibió de Ernst Uthoff, el maestro de maestros que vino a Chile desde Alemania a enseñar su danza del expresionismo alemán.

“Él fue el que me vio en Lima, cuando fui con mi madre a ver mi primera función y decidí que era lo que quería hacer. Lo primero que dijo fue que yo tenía condiciones para la danza. Porque no cualquiera puede ser bailarín y menos un bailarín clásico, hay que tener empeine, hay que tener rotación de pies hacia afuera en 180 grados, hay que tener oído musical, estructura física, ojalá elongación, etcétera. Y él encontró todo eso en mí, porque claro siendo yo hijo de bailarina a los 15 años pude empezar tranquilamente porque tenía condiciones heredadas. Por eso no me fue difícil ponerme así o así, estirar el empeine ni escuchar la música, ni levantar las piernas, nada me fue difícil.

Me dijo ‘sí, tú tienes que ser bailarín’ y me invitaba a sus clases y yo iba y me quedaba con él y así partí, con él, con su ayuda, con el empujoncito que me dio”, cuenta Edgardo.

Luego de este comienzo, comenzó a viajar, cambiando de compañía cada cierto tiempo con el afán de aprender cada vez más y más. Enfrentando siempre nuevos desafíos, ansioso de hacer con el ballet todo lo que le fuera posible. Fue así, que descubrió o, más bien, le descubrieron una faceta que hasta ese momento él no conocía. Era su lado más histriónico, Edgardo era capaz de interpretar roles a la perfección, lo que lo llevó a convertirse en un bailarín de carácter.

– ¿Cómo fue que se convirtió en un bailarín de carecer, cuál fue el proceso?

– Para mí fue un proceso muy natural, pero al mismo tiempo un descubrimiento. Estaba en Sudáfrica con una gran compañía clásica que invitaba a mucha gente a Royal Ballet de Londres y estaban preparando una firma que tiene muchos, muchos caracteres y necesitaban a un chico, un muchacho joven para interpretar uno de los roles importantes que consistía en un joven tontito, hijo del hacendado multimillonario y vecino de la viuda que también tiene una hacienda con su hija muy simpática, que quiere matrimoniarla y encuentra estupendo que su hija se case con este tontito, porque se unen las dos haciendas y el futuro para su hija es maravilloso. Y siempre fue así como tontito, como metido en lo suyo, con su piragüita y su sombrerito. Entonces, yo no sé por qué, eso sí que no lo sé y ya no lo voy a saber nunca yo creo, los directores de la compañía se fijaron el mí para ese rol y yo acepté, porque es un rol principal, un muy buen rol, pero yo no lo tomé por el lado del tontito, sino que mi interpretación fue por el lado de la ternura y fue un éxito total, colosal, porque la gente quedó boquiabierta. De hecho de Londres querían invitarme para interpretar el rol, para que vieran allá lo que un chileno un Sudáfrica había hecho de ese rol y ahí partí con ese tipo de roles, porque se dieron cuenta de que yo era capaz de interpretar y de ahí para adelante con todo ese proceso.

– ¿Y qué roles ha cumplido?

Uff, yo he sido un asesino, un borrachito, dos brujas, una bruja simpática, otra bruja mala. Entonces para mí no fue difícil transitar por esos pasos y me sirvió muchísimo, porque pude yo tener una carrera muy larga y de hecho hoy en día si me llamaran para hacer un rol que de hecho me han llamado pero no he podido por mi cumplimiento de horarios, podría hacerlo porque son roles de carácter, pero de antes de eso naturalmente fui un bailarín clásico. Después pasé por roles de mi carácter, que son en los que hay interpretación, pero también hay mucha  técnica y después los roles ya exclusivamente de carácter, en los que uno no necesita bailar sobre el escenario, sino que se necesita un padre un capuleto, una vieja mala, o un borracho o una prostituta disfrazada, de los cuales no se exige que se baile. Eso es lo lindo de la danza clásica.

– Además usted participó en distintos spots publicitarios, representando diversos roles. En ellos su capacidad es impresionante, ¿Cómo llegó a participar de éstos?

Lo que pasó fue que se dieron cuenta de que un bailarín, es capaz de interpretar roles. Entonces, me llamaron en 1987 para el primer personaje que hice, que fue el hombre en la cocina de las cecinas San Jorge y fue muy popular. A la gente le encantó. Fue un muy lindo trabajo con Ricardo Larraín. Trabajamos dos noches, de toque a toque.

Yo de todas maneras me preocupaba mucho de mi imagen y lo acepté con condiciones, por ejemplo, yo iba a hacer comerciales siempre cuando, estuviera yo solo o secundariamente acompañado, pero en cualquiera de los casos tenía que ser un rol interpretativo y tenía que ser yo el protagonista. También hice muy buenos comerciales que fueron un éxito en Centroamérica, al punto que me dijeron si tú te bajas de un avión en Ecuador, queda la escoba.

– Lo reconocían en la calle.

Claro, me conocían porque gustaban mucho los comerciales. Hubo uno muy conocido en que yo era el mayordomo de un reino imaginario y me ocupaba de lavarle el pelo al rey y la reina y todos los súbditos con un champú maravilloso. Y  se hizo en series. Iba por capítulos y en el último, me terminaban secuestrando en un día de descanso. Y eso tuvo muchísimo éxito en ecuador. Hice varios y me sirvió mucho, no en lo económico, pero sí mucho para mi imagen como bailarín, para el concepto que hasta ese entonces se tenía del bailarín en Chile que era muy complicado. Y de ahí en adelante muchos compañeros míos empezaron también a hacer comerciales, los del municipal varios hicieron comerciales.

– Hoy usted está abocado por completo a la docencia, ¿cómo ha vivido esta etapa de su vida, donde se encuentra más establecido?

He vivido de todo, muchos desafíos. Para mí fue un gran desafío que me hubiese llamado la Uniacc para formar una carrera de danza. Acepté de inmediato, porque cuando me vine a Chile fue con la idea de enseñar los nuevos conceptos de danza y ésta era una excelente oportunidad para eso.

He aprendido muchísimo, debo decir que era muy ignorante, en todo lo que significa la logística universitaria, yo acá aprendí lo que significaba las competencias genéricas, los planes de asignaturas, los contenidos y descripciones. Al principio no entendía lo que me hablaban, te lo digo como una confesión. Me hablaban y hablaban de cosas y yo trataba de poner cara de inteligente. No entendía nada, si entendía una de veinte cosas que me decían, era mucho. Fui aprendiendo en el camino. Aprendí computación, a meterme en los programas y teclear con un par de dedos y metiendo las patas nomás. Por que lo mío siempre fue lo otro, la sala, el escenario.

¿El gobierno tiene algún tipo de ayuda directa a la danza?

Cada vez menos. Ahora, se cerró una parte importante que existía en el Concejo Nacional de Cultura.

– ¿Antes había más apoyo?

Bueno, algo más por lo menos. No importa, seguiremos remando contra la corriente. Los bailarines somos como los salmones, los que llegan arriba llegan hecho pedazos, pero llegan. Sobre todo acá, tienen que haber salmones, es mucho más fácil en los países desarrollados. Que un chico diga allá que quiere hacer danza a nadie le llama la atención. Los ponen a que estudien danza por la disciplina por el rigor, por la parte cultural y artística, después verán ellos si siguen o no.

Acá no, acá es al revés, lo primero que se hace es decirle que no y regalarle una pelota de fútbol. Cuantos chicos se crían hoy escuchando cumbia y jugando fútbol, no tengo nada contra eso, pero hay más.

– ¿Qué medidas implementaría usted para revitalizar la danza en Chile, para darle un nuevo auge en nuestro país?

Habría que hacer lo que no se está haciendo, habría que hacer exactamente lo contrario. Es absolutamente erróneo, tratar de llevar la danza a las masas al pueblo, y agarrar a todos los pobres bailarines, con una coreografía arreglada para que se adapte al terreno y al espacio, con un traje arreglado y con una musiquita envasada y llevarlos a bailar a una plaza, donde el espectador se va a sentar feliz a ver ballet, porque quizás nunca ha visto.  Y que van a ver: un espectáculo sin orquesta, sin iluminación, sin decorado, con una coreografía adaptada. Entonces, se entrega una idea totalmente errada de lo que es el espectáculo. Esa política es equivocada.

Yo lo viví, porque esto viene de los ‘60, que nos hacían bailar en la San Gregorio, en Conchalí, para llevarle arte a pueblo. Y qué recibíamos: perros arriba del escenario, tapas de coca cola, cigarrillos encendidos e improperios y piropos a las chiquillas, que ojalá hubieran sido bonitos. Yo te aseguro que ninguna de esas personas fue a un teatro después, no le quedaron ganas.

Lo que hay que hacer, es agarrar 10 buses ir a buscarlos y traerlos al teatro, para que vean realmente cómo es. Te aseguro que salen todos fascinados.

– ¿Se ve haciendo carrera en otro ámbito, en un presente paralelo que presente una vida sin la danza?

Sí, bueno, es que a mí me gusta la música de todas maneras. Siempre me gustó mucho el piano. Me hubiese gustado actuar también, pero no sé si hubiese sido capaz de pasar por una escuela de teatro, no sé si me hubiera ido tan bien tampoco, no sé, soy medio flojito en ese sentido. En cambio, el piano siempre me gustó mucho. Lo tendría en mi casa y me sentaría feliz a tocar el piano.

– ¿Ya no toca piano?

No, esto es muy absorbente. Anda al municipal se ensaya de las 10 de la mañána hasta las 6 o 7 de la tarde. No hay caso, apenas hay tiempo para fumarse un cigarrillo tomarse un café, ir al baño, cambiarse ropa. Terminas hecho pedazos, no quieres más guerra hasta el día siguiente.

– No hay tiempo para hobbies.

No, para nada, pero eso se sabe. Y yo creo que también ese es uno de los motivos por los que los padres se oponen un poco al estudio de la danza, además de que se asocia tanto acá en Chile a las mariconerías. No saben que hay que se bien hombre para estudiar ballet, no cualquiera resiste el entrenamiento de todo el día, el training.

Pero mi experiencia con la danza ha sido maravillosa. He viajado, conocido gente increíble, compañías, he logrado mucho con la danza. Todo esto me llevó a volver a Chile, porque pensaba cómo en mi paisito no se van a dar cuenta de esto y ahí me vine, a mostrar y a enseñar. En eso estoy ahora.